Prólogo de "Canadografía", una antología de narración latino canadiense, publicada recientemente por Montecristo/Cartonero en Chile, de la que soy editor
Canadá
celebra 150 años de existencia independiente en 2017. Se puede decir que la
literatura latina en el país ha estado presente en los últimos 45 años. Fue a
inicios o mediados de los setenta que esta literatura se inició como tal, con
algunos precedentes y básicamente debido a los exilios resultantes de golpes
militares, luchas revolucionarias abortadas u otras disidencias. La escritura
latina en Canadá ha ido creciendo, se ha diversificado, podríamos decir
reciclado y ha ido logrando mayor reconocimiento. Esto último está sujeto al
crecimiento de la población de habla hispana, actualmente el tercer idioma no
oficial hablado en el país, cuyas lenguas oficiales son el inglés y el francés.
A eso se suma el interés que despierta América Latina en sus aspectos
históricos y culturales, además de su creciente cercanía con Canadá en lo que
respecta a la integración económica en el marco de una subglobalización
regional. Los vínculos son mayores con Quebec, la provincia francófona, dadas
las afinidades culturales e idiomáticas entre la cultura francesa, incluso la
francoamericana, y la latinoamericana. En Montreal, la ciudad más grande de la
provincia de Quebec, hubo y hay participación y temática latina en la industria
cinematográfica y el teatro, y con cierta frecuencia se publican a autores de
origen latino. La abundante presencia chilena en la literatura canadiense
escrita en español, o castellanógrafa, sobre todo en sus inicios, se explica
por la presencia de un grupo relativamente numeroso de autores, intelectuales y
docentes, en el seno de la comunidad chilena exilada y por el papel que
desempeñó la cultura en la denuncia del régimen militar chileno y la
solidaridad con las víctimas. De hecho, fueron integrantes de este grupo,
siguiendo la iniciativa del narrador José Leandro Urbina ya de regreso en
Chile, los que a fines de los setenta en Ottawa fundaron Cordillera, la primera
editorial hispánica en Canadá.
Las
temáticas y la forma de la narrativa chilenocanadiense o chilena en Canadá
seguían las vicisitudes del trasplante de los narradores, su aculturación, la
nostalgia y la comparación con el nuevo hábitat, su gestión de la inserción en
medios no hispánicos, los problemas de la identidad social y cultural y el
compromiso político. Todos estos elementos, menos quizás un cierto componente
experimental, también se encuentran en diversa proporción en los otros autores
latinocanadienses.
Canadá
es un territorio demográfico cambiante, en permanente proceso de documentación
y registro, lo que se ve reflejado en su literatura predominante,
anglocanadiense y francocanadiense, y por supuesto en las literaturas
minoritarias escritas en los idiomas trasplantados. Sus representantes, con
cada nueva oleada que llega, tienden a repetir esa exploración e incorporación
inicial del territorio y la resolución, o intento, del problema identitario, en
el nuevo hábitat. Por supuesto que la combinación, preponderancia y factura
formal de estas versiones cambia con cada nuevo replanteo, e incluso con cada
nueva generación, pasando del modernismo humanista, vanguardista, complejo y
canónico a la facilidad, pluralidad, inclusividad y soltura postmodernas.
Tomada en su conjunto, sin embargo, podemos ver cómo se desarrolla en esa
literatura la problemática del género a la vez que la autobiografía, la crónica
y el testimonio, cómo esta escritura acoge el cosmopolitismo, el urbanismo
McOndiano, así como la adscripción a diversos territorios nacionales y
culturales. En el mosaico etnocultural canadiense, los latinoamericanos
representan un microcosmos que abarca culturas, razas y estructuras ideológicas
y religiosas diversas. Incluso los investigadores sociales y económicos podrían
tener problemas para ubicar por completo a América Latina en lo que se denomina
el Hemisferio Sur. Esto se ve reflejado, por ejemplo, no solo en la pluralidad
de los autores que conforman esta compilación, sino en los mismos escritores en
forma individual. Pablo Urbanyi, por ejemplo, es argentino, canadiense y
húngaro y, de una manera u otra, su obra se inserta en esos tres espacios. Las
indagaciones identitarias y territoriales de Alejandro Saravia aparecen
marcadas por una estadía anterior en Chile y su vida y ejercicio de la
escritura pluri-idiomática en un medio anglófono y francófono. La narrativa de
Juan Guillermo Sánchez transita de Bogotá a Toronto, “lugar de encuentro”,
ejerciendo simultáneamente la poesía y el ensayo, explorando la cultura
indígena y la megaurbana.
Debido
a las limitaciones del acceso a lectores en un medio alófono en que el español
es un lenguaje minoritario junto a diversos otros, el público lector se limita
principalmente a los escasos interesados latinos, entre ellos algunos miembros
de la élite o intelligentsia latina local en cada caso, a estudiantes del
idioma español, mediante recomendaciones o lecturas, o supervisiones de tesis
sobre autores latinocanadienses según preferencias o elecciones de sus
profesores de idioma español o literatura y, por supuesto, a los canadienses
aficionados a la cultura hispánica y el idioma español. Esto pone límites al
nivel del idioma de los textos latinocanadienses, con la posibilidad de
privilegiar obras de más fácil lectura y en estilos y lenguaje que podríamos
llamar “tradicionales”. Este panorama está cambiando con la diversificación de
la población latina que llega al país, la conexión o reconexión de los autores
con instancias literarias y culturales del mundo de habla hispana, resultado de
la globalización, pero también por el crecimiento indudable del interés por la
literatura en español producida en Canadá, producto en parte de la aparición de
autores latinos de segunda generación que escriben y publican en inglés y
francés y suelen privilegiar géneros como el testimonio, la autobiografía y el
teatro. Además se puede señalar el hecho de la irrupción de la virtualidad y
sus características de comunicación a distancia, que crea un público virtual
local pero también ubicuo, que libera a los autores de las limitaciones locales
y los vincula o revincula con el ámbito de la literatura hispánica per se. Esto
va paralelo a la presencia binacional o plurinacional de los autores
latinocanadienses. La última novela de Jocy Medina, escrita en Canadá, es
clasificada como una de las novelas importante a leer sobre Cuba. La primera
novela de Ángel Mota, obra que sondea la realidad mexicana, aparece en México
pero él a la vez publica en Canadá, como es el caso de Marta Bátiz, también
mexicana, que además difunde la prosa canadiense en México. El último libro de
poemas de Julio Torres Recinos se publicó en España, así como un volumen de
cuentos de Camila Reimers. Gabriela Etcheverry ha publicado cuentos en un
periódico de La Serena, Chile, y, casi simultáneamente, otro de Canadá. Gloria
Macher publica en Perú y Canadá, al igual que la autora y artista visual Borka
Satler. Alberto Quero publica en revistas de Venezuela y en el Canadá inglés y
francés. Mi último libro de poesía aparece en Chile y mi último volumen de
cuentos en Canadá. Anabelle Aguilar publica en Costa Rica, Venezuela y España y
la crónica de Marcelo Donato, incluida en este volumen, fue publicada
originalmente en Francia.
Así
vemos cómo la literatura y la prosa latinocanadiense se diversifican, o quizás
manifiestan su diversidad originaria. Como decíamos, lo latino encierra muy
diversas nacionalidades y filiaciones etnoculturales unidas por la zona de
América de procedencia y el idioma español. Pero el nombre mismo, literatura
latinocanadiense, está sujeto a discusión, ya que los españoles, los
lusoparlantes y francófonos también hablan idiomas latinos e incluso se ha
llegado a incluir a Quebec en la América Latina. Esta literatura ha
transcendido su origen como grupo de autores exilados y uno que otro inmigrante
para abarcar la gama de escritores castellanógrafos activos y en diferentes
etapas y versiones de su carrera literaria en todos los centros urbanos
importantes de Canadá, al punto que compilar una antología que incluya a todos
los autores o a la gran mayoría sería casi como hacer una antología nacional de
cualquier género de un país, no necesariamente de habla hispana. A la postre
siempre hay que hacer una muestra de lo más representativo o destacado, sin que
parezca posible una compilación totalmente abarcadora, además de que ya no
hablamos de una literatura en español exclusivamente. Muchos de estos autores
publican en inglés y francés, además del español, ya sea que lo escriban
directamente y lo autotraduzcan o manden a traducir. Un ejemplo es la novela
Retribution de Carmen Rodríguez, que fue un éxito de ventas. Por otro lado,
tampoco es extraño que estos autores frecuenten diversos géneros literarios o
compartan su creatividad entre varias musas, por ejemplo el cine y la plástica
en Jorge Cancino; la música como vocación apasionada en Cristián Rosemary del
Pedregal; el teatro y la música en Marcelo Donato y la plástica en el caso de
Borka Satler.
Un
elemento que ha acompañado a la literatura hispanocanadiense desde sus orígenes
exilados ha sido que los autores funcionaban como promotores culturales en las
diversas instancias de la difusión de las obras. Había cierto apoyo
institucional, ya que Canadá alentaba de alguna manera las manifestaciones culturales
de los sectores así llamados étnicos, pero más bien como proyectos de base
comunitaria y no como producción de obras artísticas individuales más
sofisticadas, aunque en principio cualquier ciudadano canadiense puede postular
a becas de creación literaria. Así, muchas veces los autores devenían editores
y organizadores de eventos, incluso activistas políticos y comunitarios, ya que
hasta hoy y en cierta medida se mantienen la vigencia de los aspectos políticos
que originaron el exilio latinoamericano que produjo una gran parte de estos
autores y existen condiciones que hacen posible el traspaso de este estado de
cosas a la escena local. Por ejemplo, Carlos Angulo Rivas hermana su producción
literaria con la militancia social progresista y el periodismo de avanzada y
Carmen Rodríguez sigue impulsando la equidad y la igualdad social desde sus
inicios como activista cultural en la revista Aquelarre. En general, en el
relativamente reciente surgimiento de una industria editorial hispánica, aún
confluyen el editor, el promotor cultural y el autor, quien muchas veces sigue
arraigado, de manera diversa según los casos, en su comunidad originaria
inmigrante o local. Ramón Sepúlveda y Camila Reimers comparten sus esfuerzos
entre su producción literaria y el periodismo comunitario en diversos medios,
lo que no significa que el aspecto por así decir “académico” esté ausente, ya
que diversos autores tienen una fuerte formación académica y/o ejercen la
docencia en planteles de estudios superiores, como Marta Bátiz, Julio Torres
Recinos y Ángel Mota. .
Algunas
instancias en el registro y la promoción de la prosa latinocanadiense son, por
ejemplo, mi antología en lengua inglesa Northern Cronopios, que agrupa a
prosistas chilenos en Canadá; Latinocanadá, de Hugh Hazelton, autor, traductor
y académico cuya tesis de doctorado, que lleva ese título, fue una antología
comentada que incluía a varios prosistas latinos y que fue publicada en inglés
por una importante editorial canadiense; Retrato de una nube: primera
antología del cuento hispanocanadiense, de Luis Molina Lora y Julio Torres
Recinos; Guillermo Rose, prosista peruano avecindado en Canadá, estimuló la
producción de la prosa literaria en español en Canadá mediante el concurso de
cuentos “Nuestra palabra”, que se llevó a cabo durante diez años y que pasó a
convertirse en parte del horizonte de expectativas del prosista hispánico
activo o en ciernes. La revista Alter Vox, de Ottawa, publicó alguna prosa
latinocanadiense, y la revista The Apostles Review de Montreal, financiada en
parte por los mismos autores mediante un ingenioso sistema de prorrateo, ha
publicado a gran parte de los prosistas hispanos que producen actualmente. En
el campo editorial, Antares Publishing House of Spanish Culture, que dirige en
Toronto la poeta y académica Margarita Feliciano, ha agregado algunas obras de
prosa latinocanadiense contemporánea a su lista de publicaciones. Mapalé, que
dirige en Ottawa Silvia Alfaro, ha publicado algunas obras de prosa creativa y
testimonial de esta literatura. En Ottawa está también Lugar Común, empresa
conjunta del narrador y poeta de origen salvadoreño Julio Torres Recinos y el
narrador Luis Molina Lora de origen colombiano. Es la editorial que más
seriamente ha emprendido la tarea de publicar prosa de autores latinos en
Canadá.
En
resumen y para terminar de presentar esta muestra, importa reconocer la
variedad microcósmica de esta literatura castellanógrafa en un país alófono,
así como su relevancia para el proyecto nacional canadiense (inferido por quien
escribe pero no evidente como declaración de principios). Canadá se debate
entre su posición como uno de los países capitalistas más ricos y desarrollados
y un proyecto socialdemócrata fuertemente arraigado en su tradición política. Una
situación como expresión cultural de una minoría etnolingüística con cierta
relevancia cultural y en aumento, ha puesto a la literatura hispanocanadiense
en una encrucijada de categorías como el género y sus interrelaciones
económicas y políticas, la subordinación de las minorías, la racialización del
otro, la identidad individual, cultural y social, la descolonización, la
apropiación cultural etc., que además de vincular a las minorías etnoculturales
con el mundo no occidental, abren oportunidades de promoción y estudio para la
academia progresista canadiense y favorecen ciertos tipos de escritura. Por
otro lado, esta literatura ha dejado de ser una literatura de exilados para
convertirse cada vez más en una literatura castellanógrafa por derecho propio,
producida por el segmento hispanófono de Canadá. Los autores tienden a publicar
en medios hispánicos en el extranjero y no faltan los casos en que se los
reconoce en su respectivo país de origen y se los publica en antologías u otros
medios. Así esta literatura, por su carácter multifacético y potencialmente
internacional, representa lo global dentro de lo local, un calidoscopio cuyos
colores y formas se iluminan según la caída de los rayos de luz, la mirada del
observador.
Jorge
Etcheverry Arcaya
Mayo de 2017